Con extrañas sustancias para poner verraca a una moza, el factor coco sigue en pie. Cuántas veces la copa deshinibidora acaba en vomitona comatosa cuando la chica estaba a otra cosa. Y si se trata de manipular el estado de conciencia a un nivel más profundo hablamos de riesgo de la vida (al margen de consideraciones legales y morales sobre respeto y libertad, que van por delante)
La cosa es tan vieja que la tenemos transformada en ópera por Wagner:
Cuenta la leyenda que El Rey Marco de Cornualles, estaba comprometido con la princesa irlandesa Isolda (la de los cabellos dorados) y decide enviar a su sobrino Tristán a buscarla. La madre de Isolda, sabiendo de la diferencia de edad entre su hija y su prometido, le da a la sirvienta Brangien un filtro de amor, que debía dar a los esposos antes de la noche de bodas. Sin embargo, por esos azares de la vida y las leyendas, durante el viaje de Irlanda a Cornualles, Tristán e Isolda, beben casualmente la poción, quedando perdidamente enamorados.
A partir de ese momento, Tristán e Isolda se ven a escondidas del Rey y pese a quienes intentan juzgarlos y desenmascarar a la pareja, estos logran salir bien librados. Sin embargo, cansado de los chismes, el Rey decide espiarlos y al darse cuenta de la realidad, se inicia la tragedia.
La gracia de la historia, una vez que admitimos que en el mito, el filtro estimula el enamoramiento fatal, quizás cómo sublimación del deseo sexual, es que ya había tomate entre los dos antes de la "sustancia estimulante". Vamos, como que si les dan un placebito se lía parda igual.