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XX Perturbadas divagaciones

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Silviamarnarváez

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Perturbadas divagaciones.


Doctora, vengo por el ruido, por el estrépito multiplicado. Ruido cuantioso al cuadrado. “Ruidos”.

Soy un volcán maniaco. Desenfreno en ebullición. Estoy tocado del ala. Estresado. Veo cosas que en realidad sé que no existen. Vivo acelerado.

Por ejemplo, yo la miro a usted y la veo en lencería, semidesnuda. Su bata abierta, negra y transparente apenas alcanza a cubrir la promesa que esconde su silencio enconado.

Lo que me pasa doctora es que estoy mal y sin posibilidad de redención. Un poco perdido. Se ve que a mi jaula ya no le entran más grillos. Aquí, tumbado en su diván, me doy cuenta de que estoy loco de atar. Me falla la conexión. Y este no es el peor de mis males. En este mundo paralelo ya no me alcanza la wifi a las ondas cerebrales.

La miro y lo que veo son sus piernas largas de sirena envueltas en negra y suave tela. Mis ojos la transforman en la esposa de un guerrero vikingo. Es usted la viva imagen de la fuerza antes de la batalla. Lo sé. Usted sigue ahí sentada embutida en un traje urbanita de esos elegantes. Pero yo no lo veo. Arribé a su diván agotado de pelear contra molinos gigantes.
Sigue ahí en su silla cercana, escuchándome con la espalda envarada. Quizá pensando en sus cosas de carácter urgente. Hace ya rato que la vi mostrarme tranquila el esplendor de su pecho grande y turgente.

Absolutamente indecente.


No hay lugar para la absolución en este mundo alternativo que habito. Problema y solución están condenados a los mismos infiernos. Perversos amantes. Tan tiernos...

La percibo con toda nitidez, provocándome, mostrándome sus pezones duros y brillantes como huesos de cerezas. Y se me va la cabeza. Comprendo que solo soy un hombre agotado. Ese es el hecho. Me hundo. No puedo seguir remando. Febril. La pinza se me fue del todo. Voy a mil. Fibrilando.


No soy el único en dudar de mi cordura. ¿Cree usted que tengo cura?

Necesitado de indulto, señora. Mis neuronas divagan sin cesar. La azotea la tengo plagada de goteras del tamaño de un gato adulto. La siento encima, a horcajadas sobre mí en este diván en el que usted me ha pedido que me tumbe al entrar. Nada tiene sentido. ¡Si hasta la puedo tocar! Noto la presión de la cremallera del pantalón sobre mi verga entregada al calor de su roce. Siento su sexo moviéndose con firmeza en contacto sobre el mío. Su boca lame mis labios de orate. Su sabor fresco y sereno recorre mi lengua en un auténtico dislate. La oigo gemir tan cerca que puedo sentir alas de mariposa en la calidez de su aliento...

Lo siento. Le juro que la siento.

No puedo pensar. Ya no puedo hablar. Mi boca está ocupada succionando néctar salado de las fuentes de su cuerpo. Libando goloso. Saciándome con dulzura. Su humedad marina me inunda en oleadas de fruta recién exprimida. Bocados pausados. Su clítoris me huele a naranja en flor y me sabe a océano azulado.


Perturbado. Cuerdo remedio el que osa robarle a una playa el color y le exige sudor a la bruma. Totalmente alienado. Paranoia de cartón pluma.
Mi alucinación es canalla, olfativa, táctil, auditiva y visual. Ya ve doctora, soy un loco de manual.

Estoy para que me encierren. Incrédulo la escucho decir que en su azotea también vive una gata callejera. Noto el tirón con el que sus delicadas manos se deshacen de mi pantalón. Me reduzco a mero espectador de su sonrisa. Aprieta mis genitales a través del fino algodón del slip. En un baile elegante, de un zarpazo felino, sus uñas largas y afiladas retiran las prendas que estorban. Mi enajenado abdomen absorbe la demencia que me imprime su vientre de alabastro pulido.

Me abandono sobre el rojo diván de cuero mullido. Y en un instante salvaje llega el vacío. Calma. El espacio se libera en sincopados maullidos. Nada más. No hay más sonidos.

Por fin en mi cabeza cesaron los ruidos.


Fin.
 
@Kirogito, ¡gracias! Ya me hubiera gustado ya. Haber podido ser la terapeuta de Dalí, aunque sólo hubiera sido un minuto habría valido la pena. Besos.

@Jersey, mil gracias. Me encanta que te encante. A mí me encantas tú. Besos.
 
Creo que su terapeuta fue la Bella Amanda Lear, mientras Gala se acostaba con jovencitos en el castillo de Pubol.
En Figueras corrió la voz de que a un apuesto jovencito agitanado, tras pasar tres días con Gala, a todo meter, lo sacaron de allí en camilla.
 
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