A los buenos días, soy El Maera.
Recuerdo de mis tiempos castrenses que los soldaditos que estaban haciendo la mili, guardaban entre ellos una jerarquía. Se trataba de una jerarquía extraoficial, pero respetada por todos. En el escalón más bajo estaban los recién llegados. Dependiendo del cuartel tenían distintos nombres: pelusos, peludos, bichos, chaquis... Se trataba de los integrantes del reemplazo más nuevo. Y eran objeto de las bromas de los veteranos.
Luego estaban los papás y los abuelos. Estos ya tenían algún reemplazo por debajo de ellos, ya no tenían la presión de los veteranos. Y en la cima estaban los bisabuelos, también llamados bisas o incluso wissas. Eran los próximos a licenciarse. Dependiendo de la catadura de sus líderes, podían ser inofensivos, limitándose a hacer alguna broma amable a los novatos; o podían ser unos hijos de perra, que humillaban y escarnecían a los nuevos, haciéndoles la vida imposible.
Pues bien, en mi deambular por los locales, he descubierto que también existe una jerarquía entre ellas, que obedecen a las más veteranas en el local o a las de carácter más fuerte. A primera vista, uno no ve nada, pero conforme te vas haciendo habitual de un sitio, descubres que suelen existir varios bandos entre las chicas, bandos que son rivales y se llevan mal. Y cada bando suele tener una jefa, que la mayoría de las veces suele ser una hija de perra. Quizás la que tiene una relación especial con el dueño del local, suele tener muchas bazas para erigirse como jefa. También la nacionalidad suele ser un factor esencial. Por ejemplo, las rumanas van por un lado y las sudamericanas por otro, y llevándose a matar.
Por supuesto, esta jefa y mafiosa, suele ser vieja, mala gente y mala profesional. Porque la chica con éxito se dedica a ganar dinero, no se mete en líos y cuando gana lo que tiene que ganar, se retira. La que se hace perenne en el sector es porque no gana lo suficiente. Y pronto busca el beneficio en el alcahueteo, el trapicheo y demás manejos turbios. Lo curioso es que a los dueños de los locales les ha interesado contar con bichas de estas para tener "controlado" el gallinero. La jefa suele tener una lugarteniente de confianza, que le viene con todos los chismes y que suele ser de su misma calaña. En teoría la jefa protege y aconseja a las más nuevas. En realidad las maneja y las explota.
Hace pocos días, en uno de los escasos locales que quedan en el Ensanche bilbaíno, me rechazó una chica muy mona. Mientras, todas las de su nacionalidad ni se me acercaban. La razón es que estaban aleccionadas por la jefa, una harpía a la que hace mucho no veía. Pero que no me perdona que hace años, haya opinado mal de ella por ser una pésima profesional.
Por obedecer a esa hidra, en realidad las que se perjudicaron fueron ellas. Porque yo me fui con la música y mi dinero a otra parte, y las que perdieron el negocio fueron ellas. Pero prefirieron perder un negocio a enfrentarse con la jefa, decisión que entiendo perfectamente porque se trata de una auténtica víbora.
Para evitar estas situaciones, en los grandes locales de los años noventa, se cambiaba a las chicas cada veinte días. No dejaban que se hiciesen sedentarias. Ahora, sin embargo, las mujeres se han hecho fijas en los locales. Y el ambiente se ha vuelto pestilente. Y peligroso. Por lo que a mí respecta, nunca más me van a ver el pelo por ese maldito local. Que debería hacérselo mirar, porque esa lagarta les está espantando la poca clientela que aún les queda...
Recuerdo de mis tiempos castrenses que los soldaditos que estaban haciendo la mili, guardaban entre ellos una jerarquía. Se trataba de una jerarquía extraoficial, pero respetada por todos. En el escalón más bajo estaban los recién llegados. Dependiendo del cuartel tenían distintos nombres: pelusos, peludos, bichos, chaquis... Se trataba de los integrantes del reemplazo más nuevo. Y eran objeto de las bromas de los veteranos.
Luego estaban los papás y los abuelos. Estos ya tenían algún reemplazo por debajo de ellos, ya no tenían la presión de los veteranos. Y en la cima estaban los bisabuelos, también llamados bisas o incluso wissas. Eran los próximos a licenciarse. Dependiendo de la catadura de sus líderes, podían ser inofensivos, limitándose a hacer alguna broma amable a los novatos; o podían ser unos hijos de perra, que humillaban y escarnecían a los nuevos, haciéndoles la vida imposible.
Pues bien, en mi deambular por los locales, he descubierto que también existe una jerarquía entre ellas, que obedecen a las más veteranas en el local o a las de carácter más fuerte. A primera vista, uno no ve nada, pero conforme te vas haciendo habitual de un sitio, descubres que suelen existir varios bandos entre las chicas, bandos que son rivales y se llevan mal. Y cada bando suele tener una jefa, que la mayoría de las veces suele ser una hija de perra. Quizás la que tiene una relación especial con el dueño del local, suele tener muchas bazas para erigirse como jefa. También la nacionalidad suele ser un factor esencial. Por ejemplo, las rumanas van por un lado y las sudamericanas por otro, y llevándose a matar.
Por supuesto, esta jefa y mafiosa, suele ser vieja, mala gente y mala profesional. Porque la chica con éxito se dedica a ganar dinero, no se mete en líos y cuando gana lo que tiene que ganar, se retira. La que se hace perenne en el sector es porque no gana lo suficiente. Y pronto busca el beneficio en el alcahueteo, el trapicheo y demás manejos turbios. Lo curioso es que a los dueños de los locales les ha interesado contar con bichas de estas para tener "controlado" el gallinero. La jefa suele tener una lugarteniente de confianza, que le viene con todos los chismes y que suele ser de su misma calaña. En teoría la jefa protege y aconseja a las más nuevas. En realidad las maneja y las explota.
Hace pocos días, en uno de los escasos locales que quedan en el Ensanche bilbaíno, me rechazó una chica muy mona. Mientras, todas las de su nacionalidad ni se me acercaban. La razón es que estaban aleccionadas por la jefa, una harpía a la que hace mucho no veía. Pero que no me perdona que hace años, haya opinado mal de ella por ser una pésima profesional.
Por obedecer a esa hidra, en realidad las que se perjudicaron fueron ellas. Porque yo me fui con la música y mi dinero a otra parte, y las que perdieron el negocio fueron ellas. Pero prefirieron perder un negocio a enfrentarse con la jefa, decisión que entiendo perfectamente porque se trata de una auténtica víbora.
Para evitar estas situaciones, en los grandes locales de los años noventa, se cambiaba a las chicas cada veinte días. No dejaban que se hiciesen sedentarias. Ahora, sin embargo, las mujeres se han hecho fijas en los locales. Y el ambiente se ha vuelto pestilente. Y peligroso. Por lo que a mí respecta, nunca más me van a ver el pelo por ese maldito local. Que debería hacérselo mirar, porque esa lagarta les está espantando la poca clientela que aún les queda...