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Silvia Martín 604182742 ¿Ficción o realidad? Relatos eróticos

El Amante ♦️♦️

Esa sensación extraña y divina de tenerte, saber que eres prohibido, pero tan necesario para mi cuerpo haces que mis orgasmos sean tan placenteros cuando estoy contigo, porque eres TÚ mi deseo, lujuria y pasión, cuando llegas a mi oficina y al cerrar la puerta nos comemos a besos, caricias reprimidas, me acuestas en la cama y desvistes toda, abres mis piernas, me encanta verte porque sé que lo disfrutas tanto como yo, cuando empiezas a lamer mi clítoris ya húmedo, subes y frotas tu pene ya grueso por mi Coño húmedo, mientras siento como palpita y palpita con ganas que me toques divinamente como solo tú sabes hacerlo, das golpecitos con tu pene y ese sonido me excita más y más, me besas y ese olor de tu saliva mis fluidos siento que voy a estallar, chupas mis tetas y muerdes mis pezones, UFF eso me encanta.

Me miras y poco a poco siento como entras; a medida que aumenta nuestro nivel de excitación siento tu respiración agitada, las penetraciones son más seguidas y fuertes hasta que llegas al fondo, esa sensación de tenerte tan dentro, de sentir tus huevos como suenan con el roce de mis nalgas me excito tanto que siento mi primer orgasmo y tú sigues agarbándome eres divino me encanta eres insaciable y me haces sentir muchos orgasmos, me dejas exhausta pero siempre con ganas de volver a repetir una y otra vez.:devilish::devilish:




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Pasión.

Era una tarde cálida de verano en Madrid, y Ana se preparaba para una cita muy especial. Había escogido cuidadosamente su vestido rojo, que abrazaba sus curvas con elegancia y sensualidad. Con cada movimiento, el suave tejido se deslizaba sobre su piel, recordándole lo poderosa y atractiva que se sentía.


Al llegar al restaurante, todos los ojos se posaron en ella. Su porte y confianza irradiaban una energía que nadie podía ignorar. Su acompañante, Javier, la esperaba con una sonrisa de admiración. Desde el primer momento, la química entre ellos era palpable.

La conversación fluía con naturalidad, y la risa de Ana llenaba el lugar con un encanto irresistible. La velada avanzaba, y con cada palabra, cada mirada, la conexión entre ellos se hacía más intensa. La cena fue deliciosa, pero lo que realmente importaba era la electricidad que chisporroteaba entre ellos.

Después de la cena, decidieron dar un paseo por las calles adoquinadas de la ciudad. Bajo la luz de la luna, Javier tomó la mano de Ana, sintiendo el latido de su pulso rápido y apasionado. Se detuvieron en un rincón tranquilo, y sin decir una palabra, él la atrajo hacia sí, sus labios encontrándose en un beso ardiente que encendió aún más la llama de la noche.

Ana se sentía viva, plena de pasión y deseo. Sabía que su sensualidad no solo estaba en su apariencia, sino en su espíritu libre y audaz. Esa noche, se entregó al momento, dejando que su pasión la guiara y disfrutando de cada segundo como si fuera el último.

Al amanecer, mientras el sol empezaba a iluminar la ciudad, Ana sabía que había vivido una noche inolvidable, una que siempre recordaría como un reflejo de la mujer apasionada y sensual que era.

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Sin barreras, sin límites…..

Lucía era una mujer libre, aventurera, de esas que parecen haber nacido para recorrer el mundo sin ataduras, sin barreras. Había dejado todo atrás: su trabajo, su apartamento en el centro de la ciudad, incluso la rutina que tanto había detestado. Con una mochila ligera y un corazón lleno de ganas de explorar, decidió que el mundo entero sería su hogar.

Pero había un detalle que hacía de su viaje algo aún más especial, un pequeño secreto que guardaba solo para ella: desde que había comenzado su aventura, había dejado de usar bragas. Para Lucía, no era solo una elección casual; era un símbolo de libertad absoluta, de sentir la brisa en su piel y la conexión con cada lugar que visitaba sin ninguna barrera. Cada paso que daba, cada kilómetro que recorría, era una sensación de desnudez y poder. Era como si con cada movimiento, el mundo le acariciara el alma.

De París a Tokio, de las playas de Bali a las montañas de los Andes, Lucía se sentía más viva que nunca. Le gustaba pensar que ese pequeño secreto la hacía parte de los lugares que visitaba de una manera diferente. Cuando paseaba por las calles adoquinadas de alguna ciudad europea o descansaba en una hamaca en una isla tropical, el viento susurraba a su piel de una forma única, íntima. Era como si el mundo la abrazara en cada rincón que descubría.

Una tarde, en una playa escondida de Grecia, decidió sentarse sobre la arena blanca mientras el sol caía en el horizonte. La brisa del mar acariciaba su cuerpo con delicadeza, y por un instante, Lucía cerró los ojos, permitiendo que ese pequeño y salvaje placer la inundara por completo. Sin ninguna prenda que interfiriera, se sintió una con la naturaleza, con la vida, con el presente. No era solo un viaje físico, era un viaje de autodescubrimiento, donde cada paso la llevaba más cerca de su verdadera esencia.

Lucía sabía que su aventura por el mundo era más que visitar lugares exóticos. Era la búsqueda de algo mucho más profundo: su libertad, su autenticidad, su conexión con la vida en su forma más pura. Y, para ella, no había nada más liberador que viajar así, sin barreras, sin límites, sintiendo el mundo tal como era... y dejándose sentir a sí misma en cada rincón del planeta.

Ese era el verdadero amor de Lucía: el amor por la vida, por su cuerpo, por su libertad.
 
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