Puestos a soñar me iría a Estambul y me montaría un palacete, con fuentes y canales donde correría el agua, palmeras en los patios y pájaros sueltos.
En los sótanos tendría mis baños turcos, con sus diferentes piscinas y saunas y donde las mejores masajistas turcas me bañarían, me frotarían la piel, me echarían cubos de agua por encima, me darían un masaje, me perfumarían y me ofrecerían un té moro tras el baño. Al terminar me vestirían con las mejores sedas y bordados. De ahí, pasaría al salón, y sentado entre cojines de seda y pluma, con otro té y el narguile, claro, vería como las mejores bailarinas árabes de la danza del vientre bailarían ante mí. La que mejor bailase sería mi sultana esa noche. Las mejores cocineras árabes nos prepararían cuscús, tajine, pastella, frutas, dátiles y nos lo servirían en un cenador con vistas al anochecer de Estambul mientras los mejores, por supuesto, músicos árabes tocarían para nosotros.
Y luego, bueno, luego le devolvería el masaje del hamman a mi sultana de esa noche en mi habitación, adornada como en las Mil y una noches.