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XX Un fin de semana de campo

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Juanillo064

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Un fin de semana de campo.

¿Por qué en los refugios de montaña las duchas tienen que ser mixtas?

¿Acaso alguien se vuelve asexual al pisar una amapola?

El caso es que allí estaba yo, duchándome y secándome como podía dentro de una ducha diminuta. Me pongo la ropa interior y salgo a la zona común a terminar de vestirme. Se oye una ducha, se para, sólo hay silencio. Sin avisar se abre la cortinilla y aparece Pilar, desnuda, para secarse fuera de la diminuta estancia. Me mira, sonríe y me pregunta

— ¿Te importa?

Sólo atisbo a decir con un hilo de voz casi imperceptible

— No, no te preocupes.

¿Qué no?, pero como se puede ser tan imbécil. Cuantas veces habré dejado pasar oportunidades así por esta timidez enfermiza.

Recojo mis cosas. Nos vemos en la cena, digo sin mirar y salgo de las duchas. Bueno más bien huyo. En mi retina no deja de aparecer su cuerpo desnudo, que tantas veces he visto vestido. Mi percepción ha cambiado de repente.

Cenamos, junto con dos amigos más. Los cuatro íbamos a estar tres días, caminando por el monte, comiendo, bebiendo y riendo. Qué poco me imaginaba veinticuatro horas antes, que el plan de Pilar no era ese en su totalidad.

Un poquito de ping pong, una charla amena con otros usuarios del refugio, una copa para desengrasar y decidimos irnos a dormir. Mañana va a ser un día durillo.

Ya en la habitación, dos literas. Abajo Pilar y yo, arriba Felipe y Emilio. Me arropo con mi saco y me dispongo a dormir cara a la pared. Mejor no mirar al frente.

Me cuesta dormir. En mi cabeza sigue apareciendo su cuerpo, sólo cubierto por una ligera pátina de agua que resbala hasta el suelo, No dejo de preguntarme una y otra vez, ¿por qué lo ha hecho? Son varios años conociéndonos y nunca lo he podido imaginar. ¿De verdad puedo estar tan ciego?

En eso estaba yo, inmerso en mis pensamientos, cuando noto que mi saco se mueve. Alguien se acurruca a mi espalda y vuelvo a oír

— ¿Te importa? Tengo frío.

Ahora ya ni siquiera contesto, no muevo ni un solo músculo. Sólo siento sus senos aplastados contra mi espalda y su respiración pausada en mi cuello. Posa su mano en mi cintura y se duerme.

¿De verdad está ocurriendo?

¿Cómo se puede dormir?

¿Qué busca?

Atormentarme o algo más. Porque no pensará que dentro de esa habitación, con amigos comunes, puede pasar otra cosa que no sea dormir.

Me despierta Emilio, como siempre a voces. Me giro sobresaltado, pero estoy solo en la cama. Pilar no está ni en la habitación. Me visto y vamos a desayunar, allí está. Me mira, sonríe y sigue con su tazón de cereales. Hablando, como si no hubiera pasado nada, claro que en realidad no ha pasado nada, ¿o sí?, no sé. Mi cabeza es un mar de dudas, pero sigo notando en mi espalda el calor de sus senos.

El día trascurre con normalidad, pateando el monte como siempre. Comiéndonos un bocadillo en el suelo, muchas risas, mucho cansancio y ni una señal más allá de lo normal, creo.

Volvemos al refugio, ducha. No nos cruzamos, mejor ¿o no?, no sé, sigo con mis dudas.

Cenamos, como siempre, tranquilos y nos disponemos alrededor de una mesa a tomarnos la copa habitual nocturna.

Sin mediar palabra alguna, Pilar se levanta y sólo me mira levemente. Se marcha, dirección a la habitación. ¿Ahora? ¿Esto es una señal? ¿o son imaginaciones mías? No sé, siempre mis dudas. Pero esta vez no voy a esperar. Me levanto también en silencio y sigo sus pasos, no miro hacia atrás. Sé que si Felipe y Emilio me están mirando, no seguiré adelante.

La puerta de la habitación está cerrada, pero no tiene cerrojo. Ya sabéis en la montaña todos somos asexuales. La abro y ya no hay vuelta atrás. Me empuja contra la puerta cerrándose de golpe. Nuestras bocas se juntan, las lenguas se enredan y las manos de forma atropellada, van despojándonos de la ropa. No tenemos mucho tiempo, en cualquier momento la puerta puede abrirse. Lo sabemos, pero da igual, la cabeza ya no responde a la lógica prudencia.

Nos besamos como dos adolescentes por primera vez. Beso su cuello, hasta hoy no me había dado cuenta de lo bonito que es. Bajo a sus pechos, los mismos que anoche se aplastaban en mi espalda, los muerdo con delicadeza. Mi lengua envuelven una y otra vez sus bonitos y rosados pezones.

Sigo bajando por su cuerpo, recorriendo con mis labios todos y cada uno de sus rincones. Qué bien huele. Mi lengua no deja nada al azar, mis manos se aprietan contra su culo, duro, prieto, firme. Ahora sé por qué en las cuestas siempre sube mejor que nosotros. Por fin mis labios se posan en su sexo, lo beso, lo saboreo. Sé que todo va bien, sus gemidos y jadeos así me lo indican. Sus manos me aprietan la cabeza contra su cuerpo, me cuesta respirar. Aun así, intensifico mi labor. Ella ya ha pasado el umbral de la conciencia. No hay nada que hacer, sus gemidos se aceleran y su vientre se contrae de forma abrupta repetidas veces.

Bajo el ritmo poco a poco hasta que llega la calma, está tranquila. La miro, me vuelve a sonreír. No sé qué ha cambiado, pero su sonrisa me parece maravillosa. Sus mejillas, ahora sonrosadas, no dejan lugar a la duda, todo va bien.

Me coge del cabello y tira de mí hacia arriba. Nuestras bocas se vuelven a unir, nuestras respiraciones se acompasan. Mi corazón late a mil por hora, noto como quiere escaparse del pecho.

¿En qué momento hemos cambiado de posiciones? Creo que voy perdiendo la cabeza por momentos. Siento sus labios por todos lados, pero cada vez más cerca del centro de mi cuerpo. Llegan a su destino, pero no se detienen. Juguetea con su lengua en mis testículos, sube moviendo su lengua insistentemente a lo largo de mi pene. Lo introduce en su boca, no deja nada por saborear, insiste, succiona y vuelve a retroceder. Noto que aquello puede acabar en cualquier momento. No puedo abrir los ojos, no acierto a decir nada. Trato de recuperar el control y la separo con toda la dulzura de la que soy capaz. Levanto su cara hasta que llega a la altura de la mía, la beso de nuevo. Nuestros sexos se juntan, mueve sus caderas despacio, acompasadamente contra las mías.

Ayudado por sus manos, mi pene se introduce dentro de ella y comienza a moverse de forma más rápida y violenta. En la posición en la que me encuentro solamente puedo levantar la pelvis un pequeño espacio. Mis movimientos se aceleran para seguir a los suyos. Sus ojos ahora cerrados, su boca abierta y su respiración acelerada, me hacen creer que vuelve a ocurrir. Bajo la mano y acaricio su clítoris, acelero un poco más mis movimientos. Hasta que su espalda se arquea de forma exagerada, sujeta mi mano con las suyas hasta casi hacerme daño. Y justo en ese momento siento que ya no puedo más. Un latigazo eléctrico recorre mi columna vertebral. Y todo acaba, el corazón vuelve poco a poco a la normalidad. Solo acierto a besarla y esperar a que nuestros cuerpos recuperen algo de energía.

Se separa de mí y se tumba a mi lado, me mira y vuelve a sonreír. Cubre nuestros cuerpos con el saco de dormir. No sentimos la necesidad de decir nada, sólo abrazarnos. Tampoco tenemos miedo, ese miedo estúpido de preocuparse por el qué dirán o pensarán. Y nos dormimos, ahora sí, juntos, cansados y felices.

Otra vez las voces de Emilio al despertar, pero ahora me giro tranquilo. Pilar no está en la cama, ni tampoco en la habitación. Mientras me visto, pienso en si de verdad ha ocurrido.

Cuando llego al comedor, la miro, me mira y su sonrisa es inequívoca, si pasó y sigue con su tazón de cereales.
 
Genial. Temía que os descubrieran en el Refugio.
Uno de los cuerpos más bellos que he visto fue el de una joven, en un Refugio, a eso de las cinco de la madrugada, pero la linterna no alumbraba su rostro... Salió del saco junto a mí y se vistió pausadamente. Nunca supe quién era. Fue en el Refugio de la Renclusa, camino del Aneto. Llevaba braguitas azuladas.
 
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