Buenas noches a todos.
Paso por aquí hoy para aportar mi pequeño granito de arena y de esta manera ofrecer mi apoyo a la causa, y también hoy quiero dejar aquí una muestra de mi respeto y cariño a todas las compañeras que van en cabecera defendiendo el derecho de todas y todos a seguir ejerciendo libremente, y que luchan porque todos podamos seguir disfrutando sin cortapisas, con calidad y seguridad de esta noble profesión que también es la mía.
Así que compañeras, muchas gracias por vuestro esfuerzo, por vuestro desvelo y por la buena energía que desprendéis.
Gracias a todas por estar, por seguir y por lo que seguro finalmente podremos conseguir.
¡Que se nos escuche!
Tenemos voz, estamos haciendo ruido y por fuerza tienen que oírnos.
Por último gracias también a este Foro maravilloso por su apoyo sempiterno e incondicional.
Cuando el gobierno anunció la noticia que nos ocupa, una periodista que buscaba la opinión de las profesionales sobre este
tema para incluirlas en su trabajo fin de máster se puso en contacto conmigo.
Éstas son las preguntas que me hizo y éstas mis respuestas.
1. ¿Cómo empezaste y por qué?
2. ¿Cuánto tiempo llevas ejerciendo?
3. ¿Trabajaste en la pandemia? Si es así, ¿pusiste algún límite o hubo alguna diferencia con la prepandemia?
4. ¿Cómo es el día a día en tu trabajo?
5. ¿Lo combinas con algún otro trabajo?
6. ¿A cuántos clientes sueles atender al día?
7. ¿Te has encontrado con clientes que usaban violencia o exigían cosas que no estaban acordadas? ¿Cómo sueles tratar con ellos?
8. ¿Qué supone para ti el contacto con los clientes en tu foro de esas chicas?
9. ¿Qué opinas de la nueva ley de prostitución?
Buenas. Antes de contestar a tu batería de preguntas me gustaría presentarme. Soy SilviaMarNarvaez, española, independiente de 45 años. Actualmente atiendo de forma discreta a caballeros mayores de cuarenta años. Soy afortunada, ejerzo libremente y por elección personal. Me gusta y disfruto de lo que hago y espero poder seguir haciéndolo. Desde hace tiempo soy lo que se conoce como una escort de lujo, pero no siempre ha sido así. Cuando comencé de forma independiente realizaba servicios de menor tarifa y de menos tiempo. Eso duró poco tiempo, en cuanto descubrí lo que quería y como lo quería, me posicione en el estrato en el que me siento más cómoda.
Es importante este pequeño introductorio para que las respuestas se entiendan en su verdadero contexto.
¿Cómo empezaste y por qué?
Lo voy a contar de la única manera en la que yo sé contar las cosas, con humor.
Empecé muy joven, por casualidad y por lo que yo identifico como “un ataque de enajenación mental transitoria”.
Una tarde me topé de frente con una conocida mientras yo hacía footing por Arturo Soria (ahora se llama hacer running, ha llovido desde entonces). Ella trabajaba en un piso de señorita de compañía, yo no lo sabía.
Me pidió que la acompañara ahí al lado, a recoger un vestido que se quería poner para un evento que tenía esa noche. La acompañé sin saber realmente a dónde iba (yo creía que sería la casa de alguna amiga suya). Tocó, entró y yo me quedé esperando en la puerta mientras se iba a por la prenda. El dueño de aquel lupanar de lujo dio por sentado que yo me dedicaba a lo mismo y con una sonrisa me invitó a entrar.
Pasé directamente a una enorme cocina donde cinco mujeres jóvenes, vestidas de Chanel, esperaban (vete tú a saber a qué).
Yo, que entonces además de ir a la universidad ya hacía mis pinitos para una agencia de modelos pensé erróneamente que aquello era algún tipo de agencia relacionada con la moda. Sonó el timbre y todas se revolucionaron. Se atusaban, se arreglaban la elegante indumentaria o se daban brillo en los labios.
No era capaz de entender qué ocurría cuando se autoordenaron en fila de a una, e iban yendo (yo aún no sabía dónde) y volviendo (de donde aún yo no sabía).
Aunque lógicamente aquellos movimientos a mí no me parecían algo normal.
El cliente que había tocado el timbre decidió que no quería pasar con ninguna de aquellas preciosidades. El dueño del burdel así se lo comunicó al personal y directamente me preguntó que si yo quería presentarme. Puse cara de póker, bloqueada, no podía articular un simple “no” (por pura timidez), y a la velocidad de la luz decidí que si ellas no le habían gustado yo menos, ¡que iba hecha un desastre en ropa deportiva con aquella ridícula coleta! Me dejé llevar por la inercia absurda de la situación.
¡Que alguien le preste unos zapatos de tacón a esta chica! Urgió el maestro de ceremonias.
Hecha un cuadro, sin pintar, con una simple camiseta y taconeando en malla de hacer deporte (muy educadamente) hice toc toc ante la puerta que me señalaron y entré.
Está claro que el hombre ese día tenía el gusto estropeado. Además también tenía más kilómetros que la Guía Europea de Carreteras (él, yo no). La realidad es que yo tenía muy poquita experiencia sexual.
Excepto su zona abdominal todo en él era mediano. Mediana edad. Mediana estatura. Fue un encanto el caballero, todo un dandy que me trató de maravilla. Estuve dos horas con él. Salí de allí con 350.000 pesetas. El cincuenta por ciento de la tarifa de ese servicio, según me dijeron.
Me fui con la firme intención de no volver. Pero volví el sábado por la mañana. Atendí a un joven que seguramente no me ganaba en edad y yo me gané otras 200.000 pesetas. Lo dejé al tercer día, una noche de un viernes. Un extranjero de postín que se quejó sacándome de la habitación porque yo no quería consumir cocaína. Por lo visto era condición indispensable con algunos clientes. Me negué en redondo y me fui.
No volví a hacerlo de nuevo hasta diecinueve años después, casi ya embarcada en los 38. Llevaba tiempo dándole vueltas y me lancé de lleno al mundo de las independientes.
¿Cuánto tiempo llevas ejerciendo?
Llevo ejerciendo de forma regular y en horario de oficina ocho años.
¿Trabajaste en la pandemia? Si es así, ¿pusiste algún límite o hubo alguna diferencia con la prepandemia?
Vayamos por partes, aún hay pandemia y estoy trabajando.
Pero si te refieres a si trabajé en aquellos momentos en los que estábamos confinados la respuesta lógicamente es no. No. Estábamos confinados. De hecho, una semana antes de que el gobierno nos encerrara (con buen criterio) en casa, yo dejé de atender por pura coherencia. La situación daba miedo, se veía a las claras que estaba pasando algo grave. Y muy peligroso. No quería ser vector de contagio. Así que en mi teléfono laboral colgué en mi foto de WhatsApp un “cerrado por vacaciones”.
Días después aquello que a mí me parecía coherencia se convirtió en obligatorio. Se acabaron los abrazos.
Cuando nos desconfinaron compré el mejor vírucida del mercado y reduje mis citas a la mínima expresión, atendiendo a sólo una persona al día. No daba besos. Ventilaba y desinfectaba de manera más concienzuda de lo habitual.
Seguía teniendo miedo, pero debía decidir si seguía o cancelaba el contrato de alquiler del lugar en el que desarrollo mi profesión. Aprovecho la tesitura para reivindicar este término, sí, es una profesión aunque haya voces (a gritos) que digan lo contrario. Yo me jacto de ser una muy buena profesional.
Después de la desescalada había personas que me pedían que les abriese con la mascarilla puesta y ellos al entrar también la llevaban (en esos momentos era obligatoria en exteriores e interiores de los locales). Otras me decían que estuviese sin mascarilla o no entraban. Estos últimos me enseñaban la PCR por WhatsApp antes de llegar y se quitaban la mascarilla nada más traspasar mi umbral.
Soy consciente de que alguno pudo engañarme, enviarme una PCR de otra persona distinta de sí mismo (algunos tachaban el nombre y los apellidos como es normal). Pero yo preferí creer que mis clientes habituales actuaban de buena fe.
Cada vez que un conocido con el que había estado me llamaba a los pocos días para decirme que había dado positivo en Covid, me obligaba a anular la cita del día y salir corriendo a por un test. Esto me ha sucedido durante la pandemia en cinco ocasiones. Hasta que no tenia el resultado negativo no concretaba la siguiente cita. En esas circunstancias todas mis pruebas dieron negativo. Tengo las tres vacunas, inoculadas religiosamente cuando tocaban.
Ahora parece que las cosas se han relajado en ese sentido. Sigo con el virucida. A mi alrededor todos los clientes declaran estar vacunados (atiendo casi siempre como ya he comentado a clientes habituales).
Aún hoy persisten algunas pocas personas que me piden que no me quite la mascarilla durante el servicio. Y yo por supuesto me la pongo encantada.