Empiezo diciendo, que soy un cliente de servicios sexuales.
Ahora quiero compartir con todo aquel dispuesto a leer y a entender.
Soy un hombre, con más años de los que quisiera, pero con menos de los que quiero para otros, dejemoslo en que cuento los años como todo, de forma diferente a los demás.
No voy a meterme en política, me encanta la política, pero puedo perder el sentido de estas palabras, y quiero hablar de cosas que son más importantes.
Voy a intentar explicar mi primera experiencia con este tipo de servicios, para intentar quitar estigmas sobre usuarios y profesionales. Sólo tengo las palabras, no puedo ayudar de ninguna otra forma, y aquí van las pocas que tengo.
Pero primero un poco de contexto.
Tengo un trastorno de comunicación, bastante severo. ¿Significa eso que no puedo hablar?, realmente no, mucha gente piensa que hablo demasiado. Sufro ansiedad cuando estoy con desconocidos, cuando estoy con mucha gente, o cuando tengo que abrir mi alma y decir cosas realmente importantes para mí. Esa ansiedad me lleva, a ser frío, o hacer bromas horribles, realmente horribles. Cuántas noches en silencio, he podido llorar por esa broma horrible que me alejó para siempre de esa persona que me importaba tanto.
Sólo tengo las palabras escritas, es lo único que me permite hablar sin ansiedad, pero pocas relaciones puedes mantener sólo por escrito. Realmente muy pocas.
El medio digital, fue un salvavidas para mí, y me permitió conocer gente, y así conocí la pareja que me acompañó durante muchos años en mi vida.
Al final, la vida es dar un paso, para luego girarse, y darse cuenta que de nuevo estás solo. Aunque parezca que estás en compañía.
En un frío diciembre, decidí que no podía estar más tiempo solo, que necesitaba algún tipo de afecto, no quería sufrir más ansiedad y entonces, casualidades del destino, en mi vida se cruzó una profesional de este gremio, pero creo que me estoy acelerando.
Estando solo, en mala compañía, el destino me permitió encontrar un anuncio, ¿y entonces llamé? Pues la verdad que no... Envié un mensaje, como si no. Creo que el mensaje no podía ser más frío, horarios, servicios, poco más. La respuesta fue puro calor humano. Me dio toda la información que pedía, y lo acompaño de calientes palabras, para un corazón que ya en ese momento estaba roto. Dudé, no sé cuánto tiempo la verdad, y finalmente me decidí a enviar otro mensaje para quedar con ella, cerca de mi cumpleaños. Necesitaba calor humano, precisamente ese día, y aún me acuerdo de su cálida respuesta: “Cariño, tengo toda la agenda llena”.
Intento olvidar, el destino parece claro, y lo que no puede ser, es imposible, ¿no? Pero la calidad de sus palabras, como un martillo neumático, me transmitieron una calidez, no tenía ansiedad. Decidí intentarlo casi un mes después, y esta vez, su respuesta, afirmativa y calidez, me dijo que cuando quisiera. Quizá avisar una semana antes ayudara, quizá fue la clave.
Cuando llega el día, me presento con mi gorro, mi cazadora y mi aspecto de sin techo, no intento agradar, es lo que soy. No sé qué me espera al otro lado de la puerta. Dudo varios minutos, envío un mensaje diciendo que estoy esperando, y rápidamente la puerta se abre. No veo nada.
Nos saludamos, no voy a hablar de su físico, no es lo importante ni ayer, ni hoy, ni mañana. Pero la sonrisa sí lo fue. Vamos al cuarto.
Me apoyo en algo, sin quitarme ni la cazadora, y empiezo a notar que la ansiedad y los nervios inundan mi cabeza. No me lo puedo quitar de mi cabeza y simplemente empiezo a decir tonterías. Creo que mi ansiedad se pudo detectar cual oleada en media España. Ella empieza a reírse, comparte sus fobias, ambos compartimos las mismas fobias. Hablamos sobre tonterías dulces, y consigue con una sabiduría para mí mágica, eliminar por completo mi ansiedad, pero no mis nervios.
Me dice de duchar, y yo le hubiera dicho que sí, incluso si me dijera que si quería irme por la puerta. Me meto en la ducha y ella me acompaña. Sólo un abrazo. Aún recuerdo perfectamente ese abrazo. Algunas veces un simple abrazo es todo lo que necesitas en un momento en particular. Y ese abrazo quedará grabado con fuego en mi memoria. Aún hoy, en las noches más oscuras, lo puedo recordar en cada centímetro de mi alma.
Después, ya menos nervioso, hablamos. Mi mente se libera y cual confesora, escucha todas mis palabras. Y ella me habla también, sobre ella, sobre cómo me siente, y cómo se siente ella. Y yo, después de años, noto algo de calor en mi frío corazón.
Pasaron horas en segundos. Algunos parpadeos, para mí han sido más largos que esas horas en tan maravillosa compañía.
Me visto, y me voy, ahora yo sí la abrazo.
Me voy con la seguridad, de cuán difícil será volver.
Yo no tengo ningún estigma sobre mí. La profesional, tampoco. Eramos adultos, y ella me ayudo ese día.
Fue mi psicólogo.
Fue mi fisioterapeuta.
Fue mi amiga.
Fue mi amante.
Me dio un calor, que me permitió dar ese paso, y avanzar. Dejar detrás la toxicidad. Me permitió empezar a luchar, y volver a caminar de nuevo.
Si alguien cree, que esas horas, son un delito, bueno, no puedo entender a nadie que piense así. Aunque ya creo que quedo claro, que no pienso como los demás.
Con estas palabras, defiendo una libertad. La libertad que me permite aún hoy, recordar ese abrazo.