A los buenos días, soy El Maera.
Hay una escena del cine español clásico, con la que me descojono. Es la del prostíbulo en la película "La Vaquilla". Toda la escena es desternillante, y los diálogos son geniales. Por ejemplo cuando el brigada Castro le dice al teniente Broseta:
- Que si fascismo, que si comunismo; que si izquierdas, que si derechas... ¡pero a la hora de meterla en caliente, todo el mundo está de acuerdo!
- Claro, porque pichas duras no creen en Dios.
Otro diálogo cumbre se produce cuando el capellán castrense irrumpe en el burdel,
- ¡Que se tape esa ramera!
Uno de los soldados rojos, antiguo sacristán, trata de salvar la situación:
- Perdónenos padre. Nosotros no queríamos venir... pero ellos se mofaban de nuestras ansias de pureza...
- Pero bueno, ¿pero tú quien eres?
- Es que en la vida civil soy sacristán...
- ¿Sacristán? ¡sacristán de Lucifer!
Y cierran el prostíbulo. Y todos los soldados rojos acaban llevando al santo en la procesión. Momento hilarante donde los haya.
Berlanga era un auténtico genio. Y La Vaquilla, junto a la Escopeta Nacional y El Verdugo, componen mi trilogía favorita, porque son la cumbre del sarcasmo. Nadie como Berlanga supo captar el alma cachonda y desastrosa de España. He visto mil veces sus películas, y las sigo viendo con la misma satisfacción que la primera vez.
Sin embargo, la gente joven no entiende las películas de Berlanga. España ha cambiado tanto en los últimos años, se ha vuelto tan ñoña, tan estúpida, tan aburrida y tan europea, que resulta irreconocible. Y por eso la gente joven no comprende a Berlanga, porque habla de un mundo que los más jóvenes no han conocido. Eso mismo me pasa a mí con las películas españolas actuales, no las entiendo porque hablan de una realidad de la que yo no formo parte.
Pero mi escena favorita de todo el cine español clásico, es cuando en "El Verdugo", el viejo verdugo recomienda a su yerno:
- ¡Y no te olvides de la palomilla de la derecha! Que si no, el garrote resbala por el palo, y no hay forma de matarle... ¡la palomilla!
Genial. Ante la pena de muerte, Don Amadeo, no tenía remordimientos, ni dilemas morales, ni pollas en vinagre. Lo importante era ajustar bien la palomilla del garrote al poste, para matar pronto, bien y como Dios manda. Y es que ese Pepe Isbert fue el mejor actor del cine español.
Ante estos derroches de ingenio, sólo se me ocurre decir:
¡Olé! ¡Vivan las putas! ¡Viva la Adoración Nocturna! ¡Viva Curro Romero! ¡Viva el zotal! ¡viva el Betis manque pierda!... ¡Y viva España, coño!