A las muy buenas, soy El Maera.
Felizmente los sanfermines han vuelto en todo su esplendor y yo estoy disfrutando las fiestas de mi Pamplona con la misma emoción y devoción de cuando era un niño.
El reencuentro con los amigos, visitar a San Fermín, los toros, las comilonas, los copazos... Todo cojonudo. Todo cojonudo menos ligar. En asunto de ligar, estos sanfermines están siendo desastrosos.
En la víspera de las fiestas, me dejé caer por un bar de Berriozar para ver cómo estaba el material. La primera impresión fue inmejorable. Había muchas chicas, la mayoría muy jóvenes y de buen palmito.
Pero tuve mala suerte. Me fui con una brasileña ya mayorcita pero de tipazo espectacular. En la barra me prometió el oro y el moro, luego nada de nada. Además era pesadísima. Todo el rato que le pagara una copa y me quedase más tiempo con ella. Por los cojones. Se creía que era la mujer de mi vida. Y una mierda.
El otro día estaba yo sentado en una terracica a la sombra en la Plaza del Castillo. Y veo cruzar la plaza a dos pibones espectaculares. Una iba vestida de blanco y otra de rojo. Lucían unas piernas que era unas columnas salomónicas. También tenían un culo monumental y una gran delantera. Además eran muy guapas. Dos monumentos. Tal monumentalidad se podía admirar muy bien porque iban cubiertas con lo mínimo.
Veo cómo se meten en uno de los bares más concurridos de Pamplona. Y yo entré en el bar detrás de ellas. Rápido me puse a hablar con ellas. No fue preciso preguntar nada. Ellas me informaron de todo lo que quería saber. Me contaron que eran venezolanas, que tenían un apartamento cerca y que tenían ganas de diversión. Pues me fui con la música a otra parte. La verdad es que estaban de impresión, pero era demasiado arriesgado.
Como ya estaba caliente, terminé esa noche en el bar de Berriozar. Estaba vacío prácticamente. Dos viejos aburridos en la barra y un servidor. Había muy pocas chicas. De las que había visto la semana anterior, prácticamente no había ninguna.
Se me acerca una chica muy joven y de buen ver que dice ser colombiana. Le pregunto por sus gustos y tras hablar un poco veo que somos de todo punto incompatibles. Después de un comentario mío más extremo sobre las obras de Homero, se puso a gritar como una posesa, llamándome guarro y cerdo. Y yo dije:
—Pues mire usted, si yo hubiese pedido cuarto y mitad de mortadela, comprendería su indignación porque de eso no tiene usted. Pero precisamente he preguntado por lo que tiene y puede dar.
Este comentario mío la indignó todavía más. Siguió llamándome de todo ante la mirada solidaria de sus amigas. Precipitadamente, dejé la copa en la barra mientras me juraba a mí mismo no volver a pisar más por allí en mi vida. Un bochorno.
Desde un punto de vista erótico, lo mejor que he visto en sanfermines, ha sido a una norteamericana rubia guapísima y con tipazo. Unos castizos, en los toros, le daban vino, comida, le metían fichas con descaro, ante la mirada boba y pastueña del marido. Los hay que tienen sangre de horchata. La pareja compuesta por tía guiri espectacular con marido con pinta de lelo que no se entera, es todo un clásico. Acabada la corrida, me fui con mi familia. No pude ver cómo acabó aquello. Pero espero y deseo que mis paisanos pusieran al guiri bobo una cornamenta espectacular.
Y nada más... En fin, un desastre...
Felizmente los sanfermines han vuelto en todo su esplendor y yo estoy disfrutando las fiestas de mi Pamplona con la misma emoción y devoción de cuando era un niño.
El reencuentro con los amigos, visitar a San Fermín, los toros, las comilonas, los copazos... Todo cojonudo. Todo cojonudo menos ligar. En asunto de ligar, estos sanfermines están siendo desastrosos.
En la víspera de las fiestas, me dejé caer por un bar de Berriozar para ver cómo estaba el material. La primera impresión fue inmejorable. Había muchas chicas, la mayoría muy jóvenes y de buen palmito.
Pero tuve mala suerte. Me fui con una brasileña ya mayorcita pero de tipazo espectacular. En la barra me prometió el oro y el moro, luego nada de nada. Además era pesadísima. Todo el rato que le pagara una copa y me quedase más tiempo con ella. Por los cojones. Se creía que era la mujer de mi vida. Y una mierda.
El otro día estaba yo sentado en una terracica a la sombra en la Plaza del Castillo. Y veo cruzar la plaza a dos pibones espectaculares. Una iba vestida de blanco y otra de rojo. Lucían unas piernas que era unas columnas salomónicas. También tenían un culo monumental y una gran delantera. Además eran muy guapas. Dos monumentos. Tal monumentalidad se podía admirar muy bien porque iban cubiertas con lo mínimo.
Veo cómo se meten en uno de los bares más concurridos de Pamplona. Y yo entré en el bar detrás de ellas. Rápido me puse a hablar con ellas. No fue preciso preguntar nada. Ellas me informaron de todo lo que quería saber. Me contaron que eran venezolanas, que tenían un apartamento cerca y que tenían ganas de diversión. Pues me fui con la música a otra parte. La verdad es que estaban de impresión, pero era demasiado arriesgado.
Como ya estaba caliente, terminé esa noche en el bar de Berriozar. Estaba vacío prácticamente. Dos viejos aburridos en la barra y un servidor. Había muy pocas chicas. De las que había visto la semana anterior, prácticamente no había ninguna.
Se me acerca una chica muy joven y de buen ver que dice ser colombiana. Le pregunto por sus gustos y tras hablar un poco veo que somos de todo punto incompatibles. Después de un comentario mío más extremo sobre las obras de Homero, se puso a gritar como una posesa, llamándome guarro y cerdo. Y yo dije:
—Pues mire usted, si yo hubiese pedido cuarto y mitad de mortadela, comprendería su indignación porque de eso no tiene usted. Pero precisamente he preguntado por lo que tiene y puede dar.
Este comentario mío la indignó todavía más. Siguió llamándome de todo ante la mirada solidaria de sus amigas. Precipitadamente, dejé la copa en la barra mientras me juraba a mí mismo no volver a pisar más por allí en mi vida. Un bochorno.
Desde un punto de vista erótico, lo mejor que he visto en sanfermines, ha sido a una norteamericana rubia guapísima y con tipazo. Unos castizos, en los toros, le daban vino, comida, le metían fichas con descaro, ante la mirada boba y pastueña del marido. Los hay que tienen sangre de horchata. La pareja compuesta por tía guiri espectacular con marido con pinta de lelo que no se entera, es todo un clásico. Acabada la corrida, me fui con mi familia. No pude ver cómo acabó aquello. Pero espero y deseo que mis paisanos pusieran al guiri bobo una cornamenta espectacular.
Y nada más... En fin, un desastre...
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